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David Brainerd

  • Fecha de publicación: Martes, 25 Febrero 2020, 04:56 horas

“¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Rom. 10:15)

David Brainerd nació en 1718, en Connecticut, Estados Unidos.  Tenía nueve hermanos y quedó huérfano en su tierna infancia.  Después de la muerte de su madre se trasladó a vivir con una de sus hermanas mayores a East Haddam.  Cuando tenía 19 años heredó una granja, pero como no le gustaba ser granjero, se preparó para ingresar en la Universidad de Yale.  Registró en sus memorias, que en 1739 experimentó “Una gloria inexplicable que le produjo un deseo ardiente de exaltar a Dios y buscar primero su Reino”.

Dos meses después ingresó a Yale, pero en su segundo año de estudios se vio obligado a regresar a su casa porque escupía sangre, lo cual se cree hoy que era tuberculosis, dolencia que finalmente le causó la muerte siete años después.  Cuando regresó a Yale en 1740, surgieron tensiones entre el personal docente y los estudiantes, ya que consideraron excesivo el entusiasmo espiritual de los alumnos motivados por predicadores visitantes como George Whitefield, Gilbert Tennent, Ebenezer Pemberton y James Davenport.   Así que en 1741 aprobaron un decreto que si algún estudiante de esta universidad decía directa o indirectamente que el rector o algunos de los profesores eran hipócritas, hombres carnales o no convertidos, deberían disculparse públicamente por primera vez, y que por la segunda ofensa serían expulsados.

En la tarde de ese mismo día, la facultad había invitado a Jonathan Edwards a predicar el discurso de graduación, esperando que apoyara la posición de los docentes, pero él se puso del lado de los estudiantes. En el siguiente período, Brainerd fue expulsado porque hizo un comentario considerado inapropiado.

Fue así como David finalmente se dedicó al trabajo misionero entre los nativos norte americanos, apoyado por la Sociedad en Escocia para Propagar el Conocimiento Cristiano, siendo aprobado para llevar a cabo esta labor en 1742.

El 1 de abril de 1743, después de un breve período sirviendo a una iglesia en Long Island, comenzó a trabajar como misionero para los nativos americanos, lo que continuaría hasta fines de 1746 cuando su enfermedad empeoró y le impidió trabajar. Viéndose afectado además por las dificultades que enfrentaba otros misioneros de esa época, tales como la soledad y la falta de alimentos.

Su primera tarea misionera fue trabajar en Kaunameek, un asentamiento indio housatónico cerca de la actual Nassau, en  Massachusetts.  Permaneció allí durante un año y en este período comenzó una escuela para niños nativos americanos y comenzó una traducción del libro de los Salmos.

Posteriormente, fue reasignado para trabajar entre los indios de Delaware en Pensilvania, donde permaneció durante otro año. Luego se mudó a Crossweeksung en Nueva Jersey, donde tuvo su ministerio más fructífero.  En un año, la iglesia india en Crossweeksung tenía 130 miembros, quienes se mudaron en 1746 a Cranbury, donde establecieron una comunidad cristiana.

Durante estos años, rechazó varias ofertas de abandonar el campo misionero para convertirse en ministro de la iglesia, decidido a continuar su trabajo entre los nativos americanos a pesar de las dificultades, escribiendo en su diario: “No podía tener libertad para pensar en otras circunstancias o negocios en la vida: porque todo mi anhelo era la conversión de los paganos, y toda mi esperanza estaba en Dios.  El Señor no permite que me complazca ni me consuele con esperanzas, tales como ver a amigos, volver a ver a mis personas queridas, y disfrutar de las comodidades del mundo”.

En noviembre de 1746 estaba tan enfermo que no pudo continuar ministrando y se trasladó a la casa de un amigo y posteriormente a la de Jonathan Edwards, siendo atendido durante ese tiempo por la hija de éste último.  A medida que iban disminuyendo sus fuerzas físicas y su percepción espiritual iba en aumento, hablaba con más y más dificultad, y cuanto sintió que ya no podía más, dijo:  “Fui hecho para la eternidad.  Cómo anhelo estar con Dios y postrarme ante Él.  ¡Oh, que el Redentor pueda ver el fruto de la aflicción de mi alma y quede satisfecho!  ¡Oh, ven Señor Jesús! ¡Ven pronto! ¡Amén!”.

Después de pronunciar estas últimas palabras, durmió en el Señor, luego de haber recorrido más de 5.000 kilómetros sobre el lomo de un caballo para poder llevarle el nombre de Cristo a los nativo americanos.

Señor, permite que podamos ayudar con nuestros recursos, a todos esos siervos tuyos que están proclamando Tu Nombre: El Camino de Salvación en este mundo complaciente e incrédulo.

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