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Mary Slessor

  • Fecha de publicación: Jueves, 26 Marzo 2020, 06:14 horas

“En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”
(1 Jn. 3:16)

Mary Slessor nació el 2 de diciembre de 1848 en Escocia, en una familia pobre de clase trabajadora.  Fue la segunda de los 7 hijos de Robert y Mary Slessor. En 1859, la familia se mudó a una barriada de Dundee en busca de trabajo, y su padre quien era zapatero, pero alcohólico, fue incapaz de continuar con la fabricación de zapatos y tuvo que laborar en un molino.  Mientras que su madre tejedora experta, era operaria en una fábrica. A la edad de 11 años, Mary comenzó a trabajar en el molino de los Hermanos Baxter, de tal manera que pasaba medio día en la escuela y la otra mitad en el molino.

Su padre y dos hermanos murieron de neumonía, dejando solas a Mary, su madre y dos hermanas. A los 14 años, Mary se había convertido en una experta tejedora y trabajaba 12 horas cada día.  Su madre quien era cristiana devota, leía una revista mensual publicada por la Iglesia que informaba sobre las actividades y necesidades misioneras. Fue así como ella desarrolló un interés por las misiones y cuando se enteró que David Livingstone, el famoso misionero y explorador había muerto, decidió seguir sus pasos.

Finalmente, presentó su solicitud ante la Junta de Misiones Extranjeras de la Iglesia Presbiteriana Unida y después de recibir entrenamiento en Edimburgo, zarpó para Etiopía en 1876, llegando a su destino en África occidental al cabo de un mes.  Mary, quien era pelirroja con brillantes ojos azules, fue asignada a la región de Calabar habitada por los Efiks, quienes profesaban la religión tradicional de África Occidental y tenían supersticiones en relación con las mujeres que daban a luz a gemelos.

Vivió en el complejo misionero durante tres años, trabajando primero en las misiones en Old Town y Creek Town, pero como contrajo la malaria se vio obligada a regresar a Escocia para recuperarse.  Después de 16 meses allí, regresó a Calabar, pero no al mismo complejo.  Como asignaba una gran parte de su salario para mantener a su madre y hermanas en Escocia, para economizar comía la comida de los nativos.

En ese lugar, el nacimiento de gemelos era considerado una maldición. Los nativos temían que el padre de uno de los bebés fuera“el hijo de un demonio” y que la madre era culpable de un gran pecado. Incapaces de determinar qué gemelo había sido engendrado por el espíritu maligno, los nativos solían dejar a los dos bebés en el monte.  Ella recogía a todos los niños que encontraba abandonados y los llevaba a la Casa de la Misión para cuidarlos y protegerlos, de tal manera que el lugar estaba colmado con los chiquillos que protegía.  En una ocasión salvó a unos gemelos: un niño y una niña, pero el niño no sobrevivió y Mary prohijó a la niña y la llamó Janie.

Cuando una delegación llegó a inspeccionar la Misión en 1881 y 1882, quedaron impresionados por su labor, y comentaron: “... Ella disfruta de la amistad y la confianza sin reservas de la gente, y tiene mucha influencia sobre ellos”.  Atribuyendo esto en parte, a la forma tan fluida cómo hablaba el idioma.

Al cabo de 3 años regresó a Escocia por problemas de salud, llevando a Janie con ella.  Por 3 años más cuidó de su madre y hermanas, quienes estaban enfermas, mientras criaba a Janie y visitaba muchas iglesias compartiendo historias sobre  Calabar.

Después de esto, regresó nuevamente a Calabar y continuó salvado cientos de gemelos que eran abandonados para ser devorados por las fieras.  Ayudaba a los enfermos, mientras visitaba las tribus predicando la salvación en Jesucristo.  En esta tercera misión en Calabar recibió la noticia que su madre y hermanas habían muerto. Y escribió: “El cielo está ahora más cerca de mí que Bretaña, y ya nadie se preocupará por mí sino regreso”.

Mary fue una fuerza impulsora detrás del establecimiento del Instituto de Capacitación Hope Waddell en Calabar, el que proporcionaba instrucción vocacional práctica a los Efiks. La amenaza supersticiosa contra los gemelos no solo estaba allí, sino que también se extendía a una ciudad llamada Arochukwu en el extremo oeste de Calabar.

En agosto de 1888, viajó hacia el norte de Okoyong, a un área donde habían muerto hombres misioneros. Ella pensó que sus enseñanzas, y el hecho de que era mujer, no serían vistas como una amenaza por las tribus no alcanzadas. En 1892, se convirtió en vicecónsul en Okoyong, presidiendo la corte nativa. Durante 15 años, vivió con los Okoyong y los Efik. Aprendió a hablar el idioma nativo, y hacía amistades personales donde quiera que iba, haciéndose muy conocida por su pragmatismo y humor. Vivió una vida simple en una casa tradicional con Efiks. Sus logros fueron anunciados en Gran Bretaña y se hizo conocida como la “Reina blanca de Okoyong”. Continuó con su enfoque en la evangelización, resolviendo disputas, alentando el comercio, estableciendo cambios sociales e introduciendo la educación occidental.

En 1905 fue nombrada vicepresidenta de la corte nativa de Ikot Obong. En 1913, fue galardonada con la Orden de San Juan. A partir de entonces su salud comenzó a deteriorarse sufriendo mucho en sus últimos años, pero permaneció en Calabar donde murió en 1915.

Un informe sobre su muerte publicado en The Southern Reporter del 21 de enero de 1915 menciona el tiempo que pasó en Roxburghshire, y la frontera de Escocia.  Relata que...  “Ella y sus cuatro hijos africanos adoptados, fueron centro de gran atención, y ayudaron a profundizar el interés de toda la comunidad en el trabajo de la Misión”. Se alabó su carácter fuerte, su actitud sin ostentación y su celo por las tribus alrededor de Calabar.

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).

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