Christmas Evans
- Fecha de publicación: Miércoles, 12 Febrero 2020, 05:22 horas
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“Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim. 4:2)
Sus padres le pusieron el nombre de “Christmas” que significa Navidad, porque nació en 1766, el día de Navidad. La gente lo apodó “El Predicador Tuerto”, porque perdió un ojo en una pelea, pero muchos otros lo consideraron como “El más grande predicador que los bautistas hubieran tenido jamás en Gran Bretaña”.
En su adolescencia, por un tiempo vivió entregado a las diversiones y a la embriaguez, y por esta causa tuvo grandes accidentes, aunque en las peleas siempre era el campeón. Fue salvo a los 17 años. Un día cuando viajaba para Maentworg, Gran Bretaña, ató su caballo y penetró en el bosque donde derramó su alma en oración delante de Dios. Igual que Jacob en Peniel, no se apartó de ese lugar hasta recibir la bendición divina. Si bien antes tenía talentos y cuerpo de gigante, a partir de ese día Dios le añadió el espíritu de gigante y el pensamiento que lo consumía, que era su amor por Cristo.
Fue un predicador en el cual se reflejaba el poder del Espíritu Santo. En todos los lugares donde predicaba, era increíble el número de conversiones. Su don al hablar de Jesús su Salvador, era tan extraordinario, que con toda facilidad conseguía que un auditorio entre 15 a 20.000 personas, con sentimientos y temperamentos diferentes, lo escuchasen con la más profunda atención. En las iglesias no cabían las multitudes que iban a escucharlo durante el día; mientras que en la noche siempre predicaba al aire libre a la luz de las estrellas. Hablaba en forma conmovedora y poseía un corazón que rebosaba amor para con Dios y su prójimo. Andaba a pie por el sur de Gales predicando, a veces hasta cinco sermones en el mismo día.
Se cuenta que en cierto lugar tres predicadores tenían que hablar, siendo Evans el último. Era un día muy caluroso, y los dos primeros sermones fueron muy largos, de modo que todos los oyentes estaban indiferentes y casi exhaustos. No obstante, después que Evans llevaba unos quince minutos predicando sobre la misericordia de Dios, tal cual se ve en la parábola del Hijo Pródigo, centenares de personas que estaban sentadas en la hierba, repentinamente se pusieron de pie. Algunos lloraban y otros de rodillas imploraban la misericordia de Dios. Fue imposible continuar el sermón, la gente continuó llorando y orando durante el día entero, y toda la noche hasta el amanecer.
Trabajaba sin descanso, sin temer la censura de los religiosos fríos, el desprecio de los perdidos, ni la ira y la furia de los demonios. A la edad de 73 años, sin mostrar disminución en sus fuerzas físicas ni mentales, predicó su último sermón, como de costumbre, bajo el poder de Dios. Al finalizar dijo: “Este es mi último sermón”. Los hermanos creyeron que se refería a su último sermón en aquel lugar. Pero el hecho es que cayó enfermo esa misma noche. En la hora de su muerte, tres días después, se dirigió al pastor, que lo hospedaba con estas palabras: “Mi gozo y consuelo es que después de haberme dedicado a la obra del santuario durante cincuenta y tres años, nunca me faltó sangre en el lebrillo. Siempre predique a Cristo el Salvador”. Luego, después de cantar un himno, dijo: “¡Adiós! ¡Adiós!” y falleció.
La muerte de Christmas Evans fue uno de los acontecimientos más solemnes de toda la historia del principado de Gales. Fue llorado en el país entero.
Padre Celestial, permite que vivamos cada día asidos a tu Palabra para que mantengamos nuestras mentes y pensamientos fijos en ti. Amén.