Una Misión que Correr
- Fecha de publicación: Jueves, 16 Enero 2020, 23:27 horas
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“Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón” (Salmo 119:32)
Gracias a la película filmada en 1981 Carrozas de Fuego, las audiencias se familiarizaron con Eric Liddell, un gran atleta cristiano de padres escoceses misioneros en China, en donde nació el 16 de enero de 1902. A la edad de cinco años fue enviado a un internado en Inglaterra, en donde era un destacado atleta, excediendo no sólo en las pistas de carrera, sino en el cricket un juego de bate y pelota, y el fútbol. El director de la escuela siempre comentaba que el joven Liddell, “no era vanidoso”.
Activo como un atleta, estaba también involucrado con grupos de estudiantes cristianos quienes eran testigos de su profunda fe. Se mantenía ocupado en su labor cristiana y en los deportes en que participaba en la Universidad de Edimburgo, Escocia, donde estaba inscrito.
Tal como se ve en la película Carrozas de Fuego, Eric Liddell representó a Gran Bretaña en los juegos olímpicos de 1924, celebrados en París. Aunque sobresalió en las carreras de cien metros, no competía en las carreras Olímpicas de cien metros ya que estas tenían lugar los domingos. Pero sí participó en los 400 metros y ganó la medalla de oro y también la de bronce en los 200 metros.
Después de sus triunfos olímpicos, regresó a la labor de su vida, el campo misionero en China. Enseñando en una escuela para niños chinos. Fue cuando se advirtió que los niños en todo el mundo, estaban más dispuestos a escuchar un mensaje de parte de un reconocido atleta, de tal manera que agradeció a Dios por su fama que le ayudaba para el éxito de su labor como misionero.
Como resultado de la agresión japonesa durante la segunda guerra mundial, él y su familia terminaron trabajando como misioneros médicos entre los pobres de China. Los japoneses tomaron control de la misión y se llevaron a Eric y toda su familia a un campo de prisioneros de Weixian. Murió de un tumor en el cerebro mientras se encontraba en el campo de concentración en febrero de 1945, dejando profundamente impresionados a los otros prisioneros por su cálido afecto, humildad y bondad de su corazón. Nadie que conociera al “Escocés Volador” pudo olvidarlo jamás.
Dios Todopoderoso, enséñanos a ser fieles testigos tuyos, sin importar cuáles sean nuestras circunstancias. Amén.