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Sarah Hall (Boardman, Judson)

  • Fecha de publicación: Miércoles, 25 Marzo 2020, 05:10 horas

“Y dijo: ¿A qué es semejante el reino de Dios, y con qué lo compararé? Es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su huerto; y creció, y se hizo árbol grande, y las aves del cielo anidaron en sus ramas” (Luc. 13:18–19)

Sarah Hall nació en New Hampshire en 1803 y murió en 1845.  Era la hija mayor de Ralph y Abiah Hall.  Cuando tenía unos 14 años sus padres se mudaron a Salem, Massachusetts.  Como eran pobres y contaban con una familia de 13 hijos, ella como la mayor, se mantenía muy ocupada en el trabajo doméstico. En consecuencia, fue a la escuela de manera irregular, pero adquirió conocimiento al dedicar las largas tardes del invierno al estudio.

Por su biógrafo se deduce que comenzó a escribir poesía a una edad temprana.  A los 17 años enseñó en la escuela durante unos meses, a fin de poder obtener los medios para estudiar durante el mismo período de tiempo.  Ese mismo año, fue bautizada por el reverendo Lucius Bolles, el pastor de la primera iglesia bautista en Salem. Desde el momento de su profesión pública, fue muy activa en la búsqueda de la salvación de sus familiares, amigos y vecinos. A la edad de 20 años, se convirtió en miembro principal de una sociedad de tratados en Salem, y de una reunión de oración femenina cuyos miembros eran sus superiores. 

Durante esos tres años de actividad cristiana en casa, siempre estuvo atenta a las necesidades de los paganos. En el momento de su bautismo, hizo la siguiente anotación en su diario: “Me duele pensar en esos que nunca han escuchado el Evangelio. ¿Cuándo llegará el momento en que los pobres paganos, que ahora se inclinan ante los ídolos, conozcan al Dios vivo y verdadero?”.    Al reflexionar  en esto se reprendió, y probablemente fue la convicción de que hacía un trabajo benévolo lo suficientemente cerca de su casa, lo que la llevó a pensar en entregarse al servicio misionero entre los indios Oneida, del centro de Nueva York.

Un joven misionero llamado Colman murió apenas acabó de llegar a tierras paganas y Sarah se sintió movida a escribir una elegía sobre él, la cual fue publicada.  Cuando George Boardman, el tutor en el Colegio Waterville se enteró de la muerte de Colman, alabó lo que escribió Sarah en su memoria, y se preguntó a sí mismo: “¿Y ahora quién irá en lugar de Colman?”, y respondió: “¡Iré yo!”.  Esto unió a estas dos personas quienes terminaron por contraer matrimonio en 1825 y viajar a Burma.

          Al llegar a Calcuta encontraron que la guerra estaba desatada y que las operaciones misioneras habían sido detenidas.  Decidieron quedarse allí hasta que terminara el conflicto y mientras tanto aprender el idioma birmano.  No pasó mucho tiempo cuando la Iglesia Bautista Circular le pidió al pastor Boardman que asumiera el pastorado, lo cual hizo por más de un año.  Allí Sarah fue invitada a ser parte de la élite de damas ya que era un joven muy atractiva, preparada e inteligente.  Pero en la misión en Tavoy, encontraron grandes dificultades y muchas desilusiones, y por seis años tuvieron que soportar heroicamente privaciones y sufrimientos, terminando por descubrirse que su esposo tenía una enfermedad incurable que le causó la muerte.

Después del fallecimiento de su esposo en 1831, quedó sola en un país extraño y hostil.  De los tres hijos que tuvo, sólo uno sobrevivió y decidió permanecer con él y continuar su trabajo en la misión.  Cuatro años después se casó con Adoniram Judson, quien también era misionero y viudo, y con el cual tuvo ocho hijos.  Por cerca de diez años pudo rendir un servicio valioso a la causa misionera. Fue traductora, autora y escritora de himnos, además de instructora de niños en la misión.

Sin embargo, por desgracia, Sarah estaba viviendo en un clima muy hostil para su salud.  En diciembre de 1844 su condición empeoró, al extremo que su esposo se embarcó con ella y sus hijos rumbo a Estados Unidos. Al llegar a Mauricio, una Isla de Francia, su salud mejoró y Sarah le pidió a su esposo que la dejara viajar sola y que regresara con sus hijos a sus deberes misioneros en Maulmain.  Fue con la perspectiva de esta separación que ella escribió en un trozo de papel roto su poema memorable.

Como el barco estuvo detenido tres días en el puerto, el señor Judson se vio obligado a subir a bordo esa misma noche.  A la mañana siguiente, la isla había desaparecido barrida por las olas.  El hombre, muy desconsolado, conocía ya el dolor. Había enterrado a sus muertos en Rangún, Amherst, Maulmain, y en Serampore. Sin embargo, fue un viaje triste para él, en compañía de sus hijos sin madre.  La ganancia infinita de Sarah, quien partió para unirse a su Salvador,  fue una gran pérdida para él.

Ella fue la madre de ocho de sus hijos. Durante diez años llenos de acontecimientos lo había acompañado con su amor, trabajo, cuidado y había sido su principal apoyo en su vida misionera.  Fue, como él mismo testificó: “En todos los puntos de excelencia natural y moral, la digna sucesora de Ann H. Judson” - su primera esposa.

“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas” (Pro. 31:10).

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