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- Boletin Dominical
El Señor: «¿Acaso no sabías que yo siempre me ofrecí como tu abogado y en realidad, aunque nunca solicitaste mis servicios, de todos modos yo desempeñé mi función a perfección. ¿Por qué no reconociste esta maravillosa verdad y no te abocaste a mi servicio? Permaneciste acurrucado como un inútil, cuando tenías todas las oportunidades que los demás cristianos que se dedicaron a servirme? ¿Recuerdas lo que yo mandé escribir en 2 Timoteo 2:11-13: ‘Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo’.
Supongamos que cuando un ser amado fallece, luego pueda comunicarse con sus familiares y amigos. Ya hemos dado un vistazo a una madre y esposa que llega al cielo, habiendo sido salva. Esto fue en nuestro boletín anterior. Ahora pensemos en un caballero y lo vamos a llamar... “Perdido”.
Se trata de un padre y esposo, respectivamente, quien, aunque más de una vez escuchó el evangelio, murió sin ser salvo. Desde el infierno logra comunicarse con su familia (¿vía electrónica?). Sabemos que no existe tal posibilidad, pero de existir, ¿qué escribiría “Perdido” a familiares y amigos que dejó en el mundo? Aquí va un correo imaginario:
7. «Nunca más confesaré derrota». “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Co. 2:14).
¿Sabía usted que el único que nunca sufrió derrota fue nuestro Señor? Es necesario jamás pecar, porque el pecado es derrota. Pablo admitió su problema de derrota en Romanos 7:19-21, 24: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí... ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”.
3. «Nunca más confesaré temor»: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7).
¿Todo temor es dañino?: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Pr. 1:7).
No hay nada de malo en temer a Dios y amarlo al mismo tiempo. Siguiendo la interpretación de este panfleto, Dios no podría taparle la boca a Satanás al referirse al gran gigante espiritual Job: “Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (Job 1:8). Lo único que destaca en ese hombre, no son sus bienes materiales, su familia, etc. Dijo que era “varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. Es justamente el temor de Dios que nos aparta de todo mal. Uno de esos males que Job evitó, es la ausencia del temor de Dios. Cuando esto ocurre, la persona no siente remordimiento alguno, incluso cuando ridiculiza y tergiversa las Escrituras, entresacando algún texto fuera de su contexto para sus antojos carnales, egoístas y sensuales.
El domingo un hermano, muy gentilmente me entregó una hoja con una serie de textos cuyo contenido reproduzco, porque me pareció necesario hacer ver a cualquier lector cómo la mentira, el engaño y las herejías, vienen envueltas en textos bíblicos.
«La semana pasada estuve en una librería cristiana y al retirarme luego de mi visita me regalaron un marcador con un texto de un lado y el calendario de este nuevo año al dorso.
Al mirarlo tuve que detenerme para leerlo con atención. Me impactó lo que decía y es lo que quiero compartir contigo en este día.
«Acontecimientos que indiscutiblemente implicaban una acción inmediata y poderosa de parte de Dios cuyo objetivo era revelar Su carácter y propósitos. Las palabras que se emplean en las Escrituras para describir algo milagroso, son, señal, maravilla, prodigio, obra, hecho poderoso, portento, poder. Estos términos indican la inspiración de los autores de la Escritura que percibieron el dominio divino sobre la naturaleza, la historia y los seres humanos».
Al preguntar a la audiencia cuál es el mayor milagro, llegaron muchas respuestas: la creación, el ser humano, el Nuevo Nacimiento, la resurrección de los muertos, etc.
Al llegar el cierre de un año y comienzo del otro, nos sentimos con deseos de lograr lo que no hemos logrado en los doce meses pasados. No hay nada de malo en tener buenos deseos y ciertas esperanzas de que el próximo año será mejor que el que estamos despidiendo.
Ya sabemos que si “hasta aquí nos ayudó el Señor”, seguiremos dependiendo en adelante.
Como todas las otras fiestas cristianas, la celebración de Año Nuevo en occidente comenzó mucho antes que la Iglesia existiera. En el principio los romanos conmemoraban el comienzo del nuevo año, el primero de marzo. Julio César instituyó la celebración de Año Nuevo el primero de enero para honrar a Jano, el dios de las puertas y también de los comienzos, que según los romanos aseguraba buenos finales.