Supongamos que usted es un cristiano, y supongamos que ha llegado el arrebatamiento, es decir, que el Señor recoge a sus hijos y usted está entre los salvos. ¿Qué espera ni bien llegue a la presencia del Salvador? ¿Hay alguien en particular a quien desearía ver inmediatamente después del mismo Señor? Algunas cosas podemos imaginar, porque ya sabemos con qué nos encontraremos allí: será el Tribunal de Cristo. Estaremos allí todos los redimidos. Algunos rodeados de miles de creyentes felices y agradecidos porque de él o ella, oyeron el evangelio y fueron salvos. ¡Habrá alegría, abrazos y hasta llanto de gozo! Tal vez usted será uno de aquellos que se verá rodeado de tanta gente preguntándose: «¿Por qué tanto me agradecen estos hijos de Dios? ¿Qué hice yo por ellos?» Teniendo al Señor al alcance, le dirá usted: «Señor, ¿puedes decirme por qué estos centenares de hombres y mujeres me admiran tanto, me agradecen y se confunden en un ambiente tan festivo?» El Señor bien podría contestar: «Hijo/a, ellos me conocieron por tu ministerio. Yo fui quien hizo todo, pero cuando te llamé para que me sirvieras, tú no declinaste mi invitación, sino que con ánimo pronto y con verdadero gozo aceptaste mi invitación. No buscaste comodidades, no fuiste pastor ni nada de eso, no tuviste grandes títulos, nadie te admiraba por lo que hacías, derivándome siempre toda la gloria. Tenemos la eternidad por delante y tú podrás entrevistar a estos centenares que te recibieron con tanto gozo para que cada uno te explique cuánto bien hiciste con darles el evangelio. Probablemente no recuerdes a algunos de ellos, pero yo te recompensaré por todo tu esfuerzo».