El fruto del espíritu y el fruto de la carne
- Fecha de publicación: Domingo, 24 Febrero 2019, 10:29 horas
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¿Qué beneficios hay para el creyente, al asistir a la iglesia? Descubrirá que existen miles de beneficios al vivir tal como el ser humano fue diseñado por su Creador - a través del Espíritu.
Al viajar a más de sesenta países alrededor del mundo, algunas preguntas que han surgido a menudo - incluso de parte de los pastores y sus esposas, es: “¿Qué beneficios se pueden alcanzar al asistir a la Iglesia? ¿Qué beneficios hay para que me involucre en la obra de una iglesia? Al acercarme al pastor, parece que me mirará y pensará: ‘¿Con cuánto dinero podrá contribuir esta persona?’”.
Incluso alguien en tono de broma me dijo: “Pastor John, parece que cuando voy a la iglesia y me meto la mano en el bolsillo, ¡encuentro que la mano del predicador ya está allí!”. Los números son más de los que puedo contar. Las muchas ocasiones en que los hermanos me han relatado, acerca de los muchos estafadores que les han quitado su dinero. Algunos les prometieron que si hacían una ofrenda de $ 1.000 debían ir al buzón todos los días y esperar un cheque de $ 10.000. Todo parece tan surrealista, pero es cierto. Incluso, en mi reciente viaje a Uganda, África, fue asombroso escuchar a los líderes de las congregaciones levantarse y decir: “¡Alabado sea Dios, finalmente Él nos ha enviado un verdadero maestro de la Palabra de Dios! Pastor John, usted es el primero que ha llegado a nosotros que no es un estafador!”.
Para comenzar, el mayor problema que se debe reconocer es que el diablo no quiere que la gente conozca los innumerables beneficios que Dios tiene para Su creación: Él nos alerta con respecto al diablo en Juan 12:40: "Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane".
Dios nos recuerda nuevamente este engaño en 2 Corintios 4:4: "En los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios".
Por supuesto, que la mayoría desea vivir una vida sana y plena. Sin embargo, la generalidad nunca llega a saber que existen tantos beneficios si nos conducimos de la manera que Dios diseñó para que lo hiciéramos. Los beneficios son tan grandes que es casi imposible para mí saber por dónde empezar. Pero debemos comenzar por alguna parte.
Leemos en Juan 6:63-64ª: "El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían...”
El Espíritu es el Acelerador. El Espíritu es la Energía que da forma a la vida, que la preserva. La carne para nada aprovecha. Gran parte del discurso del Señor Jesucristo fue sobre "la carne", pero la carne como tal, no puede beneficiarse de nada, y mucho menos impartir esa vida que sólo el Espíritu Santo comunica al alma. La carne, la manifestación humana, aparte del Espíritu que hace de esa vida humana, el centro del propósito de Dios, no beneficia absolutamente nada.
Es extremadamente importante entender que es el Espíritu el que da vida en cada ser humano, a cada faceta de la vida espiritual. Esto es lo que se entiende en Filipenses 2:13: "Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad ".
Una vez que la persona comprende esto, su reacción inmediata es orar y buscar el plan de Dios para su vida. Esto es el resultado cuando oramos, tal como declara Jeremías 33:3: "Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces".
Eso debería responder su petición y mostrarle cosas grandes y poderosas de las que no tiene ninguna idea - absolutamente nada. ¿Qué es lo que esto significa y qué implica? Simplemente lo que quiere decir, es que Dios tiene un plan eterno para todos. Él no solo tiene un plan para su vida, sino que también promete equiparle con todas las herramientas y recursos para cumplir ese programa.
Dios nos aclara esto en el libro de Éxodo, dice: "Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en artificio de piedras para engastarlas, y en artificio de madera; para trabajar en toda clase de labor. Y he aquí que yo he puesto con él a Aholiab hijo de Ahisamac, de la tribu de Dan; y he puesto sabiduría en el ánimo de todo sabio de corazón, para que hagan todo lo que te he mandado" (Éxodo 31: 2-6).
Dice el Señor: “He llamado por nombre a Bezaleel, hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá”. Dios es muy cuidadoso cuando llama a alguien por su nombre, ya que muchos tienen el mismo apelativo, por eso también provee el nombre del padre, del abuelo y su estado de origen, para eliminar así cualquier causa de duda.
Tal como Él mismo dice: “Y he aquí que yo he puesto con él a Aholiab hijo de Ahisamac, de la tribu de Dan; y he puesto sabiduría en el ánimo de todo sabio de corazón, para que hagan todo lo que te he mandado” (Éxodo 31:6). Dios incluso selecciona a sus elegidos para ayudarlos a completar las buenas obras que Él ha planeado para cada uno, desde antes de la fundación del mundo. ¡Cuán grandes y asombrosos son los beneficios al servir y adorar al Creador de todo!
Pero... ¿Cómo es que Dios cumple con todas estas promesas? - “Y lo ha llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para proyectar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en la talla de piedras de engaste, y en obra de madera, para trabajar en toda labor ingeniosa” (Éxodo 35:31–33).
Dios cumple todo esto, llenándonos con su Espíritu, quien nos provee con cada faceta de la abundancia de la vida que nos ha prometido. La clave para todo esto es recibir la Palabra de Dios, la que se convierte en Espíritu cuando la entendemos. Tal como nuestro Señor Jesús nos instruyó en Juan 6:63b: “... las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.
Cuando leemos y entendemos la Palabra de Dios, ésta se convierte en Espíritu, en Vida, Sabiduría, Comprensión y Conocimiento. En toda clase de mano de obra: fontanero, electricista, médico, enfermera, ingeniero, Él nos da la capacidad para convertirnos en el mejor en cualquier vocación u oficio necesario a fin de cumplir con el plan eterno que tiene para nosotros.
Así como le dio a Aholiab, hijo de Ahisamaj, de la tribu de Dan, y a todos los que tienen el corazón sabio; de la misma manera ha puesto sabiduría, para que todos podamos hacer lo que Él ha determinado. Muchos llamamientos de Dios requieren que más de una persona cumpla con la tarea que Él les ha asignado. Aun así, trae a su lado a alguien a quien también ha llenado con su Espíritu, el que será fiel a Su comisión, alguien con quien se pueda trabajar en armonía, en gozo. Hay un proceso, no todo ocurre a la vez.
Dice Salmo 37: 4: “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón”. Esto simplemente significa que cuando uno se entrega a amar a Dios, a amar Su Palabra y a vivir la vida en respuesta a lo que ha dispuesto, Él mismo le inculcará los deseos de Su corazón. Por lo tanto, cuando uno ora, ya no es UNO MISMO quien desea las cosas por las que está orando y pidiéndole a Dios, sino que son los deseos del propio Creador los que está expresando. En Filipenses 2: 5 se nos dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Es la mente de Dios que ahora está morando en nosotros, la que realmente está orando a través nuestro.
Salmos 25:12 declara: “¿Quién es el hombre que teme a Jehová? Él le enseñará el camino que ha de escoger”. Cuando la Palabra y las cosas de Dios se han convertido en nuestro deleite, llegamos a conocer que Él tiene un plan eterno para cada uno. A medida que nos acercamos a las muchas encrucijadas de la vida, el Señor nos enseñará de la manera que escojamos.
Tal como dijo el Salmista: “La comunión íntima de Jehová (sus secretos) es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto. Mis ojos están siempre hacia Jehová, porque él sacará mis pies de la red” (Salmo 25:14–15).
El plan eterno de Dios seguirá siendo un secreto para nosotros hasta que encontremos nuestro deleite en cumplir su santa voluntad. No en religión, ni iglesia, sino en Él, nuestro Creador quien nos hizo para Sí mismo y para Su propósito eterno. Es entonces cuando le rescatará de todo lo que le impida cumplir con la tarea que ha propuesto para usted desde antes de la fundación del mundo.
Una gran mayoría de los problemas en que incurren las personas, se debe a que ignoran el diseño de Dios para sus vidas. Muchos están familiarizados con este versículo de las Escrituras en el Antiguo Testamento: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Oseas 4:6).
Tenemos una contraparte similar en Lucas 8:12-13 en el Nuevo Testamento: “Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan”.
¡El problema está claro! La razón principal es, porque la mayoría de las personas en el mundo, incluidos los obreros cristianos de tiempo completo, no tienen una comprensión clara de los muchos beneficios que Dios tiene para su pueblo. ¡Y estos favores son grandes! Además, especialmente beneficiosos para las parejas casadas.
¿Qué hogar no desearía poseer el Fruto del Espíritu que cada creyente posee? Es importante notar que Dios se refiere a esto como el Fruto del Espíritu, no a frutos en plural. Este maravilloso fruto está explicado así para nosotros en Gálatas 5:22-23: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.
Naturalmente, todos: cristianos o no cristianos, desearían poseer este fruto en su hogar y familia. Lamentablemente, muy pocos lo tienen, ¿por qué? Porque es el Fruto del Espíritu, no el de la carne - de la naturaleza humana.
Hay un requisito para que este Fruto del Espíritu crezca abundantemente en su árbol. La respuesta la encontramos en el Evangelio de Juan 12:24, y dice: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”.
El único requisito para que el Fruto del Espíritu se manifieste en el creyente, es que todo cristiano que haya experimentado el nuevo nacimiento, debe morir a sí mismo, morir en la carne y permitir que tome control de su vida el Espíritu de Cristo que mora en él. Es entonces y sólo entonces, que el creyente comenzará a dar el fruto del Espíritu. Esto es lo que Dios nos dice en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
A fin de ser partícipes de los beneficios en Cristo Jesús, debemos MORIR, para que el Espíritu de Jesús que mora en nosotros VIVA.
Este es el misterio de Su resurrección, que permitamos que Él viva en nosotros, sin tener la capacidad para comprenderlo plenamente. Tal como el mundo entero reconoce, el grano que cae en la tierra y muere, se multiplica a sí mismo, y la humanidad es alimentada por esa multiplicación, sin poder comprender cómo tiene lugar esto. El más grande filósofo que haya existido jamás, no puede decir cómo un grano se convierte en treinta, en sesenta, en cien o mil. Cómo vegetó en la tierra, cómo la tierra, el aire y el agua, las partes que lo integran pueden asumir tal forma y consistencia, emitir tales olores o producir tales sabores.
Tampoco el hombre más sabio en el planeta nos dice, cómo los cuerpos de los animales son alimentados por esto que produce la tierra. Por ejemplo, cómo el trigo es asimilado en la propia naturaleza de los cuerpos que lo reciben, y cómo se convierte en carne y sangre, nervios, tendones, huesos. Todo lo que podemos decir es, que esto es así; y lo es porque a Dios le agradó que fuese así y no de otra forma.
De tal manera, que hay muchas cosas en la persona, muerte y sacrificio de Cristo y su gloriosa resurrección de entre los muertos, las cuales no podemos explicar ni comprender. Todo lo que posiblemente podemos decir, es que por medio de esta forma, el mundo fue redimido: porque fue gracias al sacrificio y resurrección de nuestro Señor Jesús, que Dios determinó redimir a los pecadores y adoptarlos en su familia eterna. Sólo Dios sabe por qué fue éste el método que le agradó, para que fuese así, no de otra forma. Lo que sí podemos afirmar, es que esto es un hecho físico, que una vez que el grano por entero muere al ser enterrado en el suelo, constituye el primer alimento de la planta embrionaria y la prepara para recibir un apoyo mayor del suelo circundante; y que nada vive excepto la semilla que estaba incluida en este cuerpo, la cual también moriría si no recibiera el alimento provisto por la muerte del grano que le permitirá desarrollarse.
De tal manera, que aunque el cuerpo de nuestro Señor murió, todavía estaba en él, el poder acelerador y vivificante del Creador, que revivió ese cuerpo e hizo que se reprodujera treinta, sesenta, noventa, cien veces y más. Lo que todo creyente debe aprender es que esto a veces es doloroso para su orgullo pecaminoso. Debemos entender lo que está escrito en Juan 6:63: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.
En una ocasión, una pareja se acercó a mí, en busca de un consejo. Ambos se habían casado anteriormente y tenían un problema difícil con la hija de 17 años de la esposa. Cada vez que el esposo intentaba corregir a la jovencita, ella respondía de una manera desagradable: “Usted no es mi padre”. Con el paso del tiempo, esto creó un gran problema
Después de escuchar el motivo de su visita, les pregunté cuándo habían conocido al Señor Jesús. Esto pareció molestarles, así que les pregunté si les gustaría una taza de café. Ellos respondieron “Ahora”, pero aproveché este tiempo para dejarlos solos por unos minutos a fin de que pudieran hablar libremente.
Cuando regresé, de inmediato me recordaron el motivo de su visita. No habían venido a recibir consejo para ellos, sino por la niña de 17 años. Fue entonces cuando tomé un pedazo de papel y dibujé dos árboles en él. A uno lo llame el Árbol de la Carne y al otro el Árbol del Espíritu. Luego les pedí que leyeran los frutos que cada árbol producía.
El primero era el Fruto del Árbol de la carne en Gálatas 5:19-21: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.
Mientras la pareja estaba leyendo la lista de los Frutos de la Carne, dibujé pequeños círculos en forma de melocotones en el Árbol de la Carne que estaba trazado en el papel.
Luego hice que leyeran las clases de frutos en el árbol del Espíritu En Gálatas 5:22-23, “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.
Luego dibujé en el Árbol del Espíritu trazado en el papel, otros pequeños círculos como melocotones y les pregunté qué clase de frutos eran los que predominaban en el hogar de ellos. No hay necesidad de decir, que se sintieron impactados y que comprendieron de inmediato, cuál era el origen del problema. La actitud de ellos cambió de inmediato y querían saber qué podían hacer para tener los frutos del Espíritu.
La mayoría de personas piensan que pueden ir a los supermercados de su localidad y comprar cualquier clase de fruta que deseen. Pero este no es el caso con el Fruto del Espíritu. La Biblia nos dice claramente que estos dos árboles frutales son opuestos el uno al otro. Dice Gálatas 5:17: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”.
“Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu”; quiere decir en términos simples, que las inclinaciones y deseos de la carne son contrarios a esos del Espíritu. Ellos nos impulsan en dirección opuesta y mientras el Espíritu de Dios nos guía en un sentido, nuestra naturaleza carnal lo hará en una dirección opuesta a la del Espíritu, produciendo por lo tanto, la dolorosa controversia que existe en nuestras mentes. La palabra “Espíritu” aquí se refiere al Espíritu de Dios y a sus influencias en el corazón. Tal como se nos instruye en Proverbios 14:12, donde nos dice hacia dónde nos llevará siempre el camino de la carne: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte”.
Y estos son contrarios, la carne y el Espíritu se oponen, se oponen en su naturaleza. Nunca pueden armonizar, ya que cada uno produce un fruto totalmente diferente, y son tan opuestos como el odio y el amor. Es imposible ir hasta el supermercado y escoger algún Fruto del Espíritu, que es algo que la mayoría de personas piensan que pueden hacer. El Fruto del Espíritu sólo se puede obtener cuando se muere a sí mismo, y toda la presencia del Espíritu de Cristo puede morar en usted. Esto es lo que produce el Fruto del Espíritu.
Por lo tanto, eso de que no podemos hacer las cosas que deberíamos, es simplemente la confirmación de un hecho, tal como declara en Romanos 7:15 y 19: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago... Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”.
Esa afirmación declara, que en la mente de un creyente que ha experimentado el nuevo nacimiento, hay una batalla interna que busca tomar control de las influencias que afectan el alma. El Espíritu de Dios inclina al creyente en una dirección, y los deseos de la carne en otra. Es como nos dice el Señor en Efesios 6: 12-13: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”.
Podemos ver claramente los muchos beneficios que Dios ha provisto para esos que le aman. Él nos ha proporcionado las herramientas para poder triunfar. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:1–2).
De la misma manera hay una ley de reproducción cuando un grano de maíz cae al suelo y muere, creada por Dios para producir frutos en abundancia. Dios ha puesto esta Ley del Espíritu muy especial de vida en Cristo Jesús, en cada creyente nacido de nuevo. ¡Cuando morimos, el fruto del Espíritu florecerá!
Este es el problema. La mayoría de los cristianos sólo alimentan uno de estos árboles frutales. La generalidad de los creyentes nunca leen, mucho menos estudian la Palabra de Dios. ¡Incluyendo a pastores!
Yo estuve en una iglesia en Atlanta hace algunos años para asistir a una conferencia de cuatro días. El pastor tenía una maestría de la Universidad de Princeton y la iglesia contaba con cuatro pastores asociados. Todas las familias en la iglesia tenían serios problemas. Uno de los pastores asociados nos preguntó si podíamos pasar por sus casas y aconsejarles. Contó que su hijo acababa de salir de la cárcel esa semana por tercera vez. Las autoridades les advirtieron que si había una próxima ocasión tendría consecuencias mucho más serias.
Cuando visitamos su hogar, el joven de 17 años era de apariencia muy agradable. Era muy amable y estaba dispuesto a hablar sobre su situación. Le pregunté al chico si alguna vez había leído la Biblia, y respondió que no. El pastor, su esposa y sus tres hijos estaban sentados conmigo junto con el pastor de la iglesia. Le hice la misma pregunta a todos los demás hijos y a la esposa, si leían la Biblia y todos respondieron que no. Luego le inquirí al pastor asociado por qué nunca le leía la Biblia a su familia, y él respondió: “Trabajo constantemente y no tengo tiempo”.
Entonces le pedí al pastor asociado que leyera Salmo 119:9: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra”.
“Limpiar su camino” significa una pista, una especie de carril, como la que se hace con la rueda de un automóvil o carro. Un joven pecador no tiene un camino amplio y despejado; él tiene sus formas privadas de ofensas, sus contaminaciones secretas: ¿y cómo se limpiará de ésto? ¿Cómo puede ser salvo de lo que le destruirá la mente, el cuerpo y el alma? ¿Qué principios adopta este joven, qué tipo de influencia puede alterar el camino actual de destrucción en el que se encuentra, para que su futuro curso sea honesto, honorable, recto?
La respuesta de Dios es dada de inmediato: “Con guardar su palabra”. En este punto, el padre, la madre, el jovencito y su hermano estaban sorprendidos. ¡Cuán simple era la respuesta de Dios! Entonces le pedí al pastor asociado y al padre que leyeran Salmo 119:11: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. La palabra “guardado” significa ocultar, de tal manera que una cosa puede ser secreta, privada, para atesorarla, como dinero o joyas. Significa guardar en el corazón el conocimiento o la sabiduría como un tesoro. El concepto aquí, es que el Salmista había “atesorado” la palabra de Dios, como la cosa más valiosa, en su corazón. Estaba “allí”, aunque invisible; constituía el poder secreto por el cual era gobernado; estaba depositada permanentemente allí, como el más valioso de sus tesoros.
El pastor asociado prometió dirigir a su familia en devociones diarias centradas en Cristo y la Biblia. Y así lo han hecho desde entonces. Muchas otras familias en la iglesia se comprometieron a hacer la misma cosa.
Nuestro Señor Jesús refuerza esto en Juan 6:63: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.
Un pastor amigo mío me contó acerca de una ocasión en que fue invitado por un profesor de una universidad para hablar en su clase sobre el sexo y los valores morales. El pastor aceptó la invitación y habló sobre el tema “¿Por qué debe nacer de nuevo?”. Hizo hincapié en la importancia de nacer del Espíritu y permitir que el Espíritu de Dios dirigiera sus vidas.
Después de la sesión, el profesor le preguntó por qué no había hablado de sexo y los valores morales. El pastor le explicó que si no se ha experimentado el nuevo nacimiento, nadie es capaz de disfrutar de los Frutos del Espíritu, los cuales afectan directamente cada faceta de la moralidad.
Dice Romanos 8:13: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”.
“Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”(Colosenses 3:4-10).