La parábola del sembrador - P. II
- Publicado en Boletin Dominical
“Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mt. 13:8, 9).
“Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mt. 13:8, 9).
“He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mt. 13:3-9).
Dedicaremos el boletín Dominical al feroz ataque contra la Biblia. Nunca antes hubo defensores tan importantes en favor de la Biblia, lo mismo que los feroces enemigos de las Escrituras. Especialmente en lo concerniente a las Profecías Bíblicas, tanto las cumplidas como las que han de cumplirse.
I. Entender a Abraham es entender la salvación (Romanos 4:1-8).
“¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado”.
1. Porque el Señor nos manda: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:18-20).
Hace muchos años William Booth, el fundador del Ejército de Salvación en Estados Unidos anticipó, que para finales del siglo XX tendríamos un cristianismo sin Cristo, sin perdón, arrepentimiento, salvación, sin regeneración, ni cielo ni infierno. Permítanos decirle estimado/a hermano/a: ¡Ese tiempo ya ha llegado!
El Señor Jesucristo advirtió, tal como está registrado en el capítulo 24 de Mateo, que la profanación del tercer templo desencadenará los juicios finales en Israel y en las naciones, anticipados por los profetas del Antiguo Testamento y el libro de Apocalipsis: “Por tanto, algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mt. 24:15-22).
Si usted aún no recibió a Jesucristo como su Salvador personal, lea lo que le espera de aquí en más. Supongamos que usted nunca lo haga. Cuando hablamos de “recibir a Cristo como Salvador”, no nos referimos a una determinada ceremonia, como podría ser... la primera comunión, el bautismo o cumplir con algún voto, etc. En el evangelio de Juan 1:12, dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Dice la Palabra de Dios que… “Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lc. 1:26-28). La expresión “muy favorecida” se origina de una sola palabra griega, que esencialmente significa «mucha gracia», lo cual indica que María recibió la gracia de Dios.