Boletin dominical - 28/03/10
- Publicado en Boletin Dominical
“Cada judío que camina sobre la faz de la tierra, es evidencia viva de que el Mesías vendrá un día a reinar gloriosamente sobre el trono de David y que su Reino se extenderá y dominará todo el planeta.
El Señor: «¿Acaso no sabías que yo siempre me ofrecí como tu abogado y en realidad, aunque nunca solicitaste mis servicios, de todos modos yo desempeñé mi función a perfección. ¿Por qué no reconociste esta maravillosa verdad y no te abocaste a mi servicio? Permaneciste acurrucado como un inútil, cuando tenías todas las oportunidades que los demás cristianos que se dedicaron a servirme? ¿Recuerdas lo que yo mandé escribir en 2 Timoteo 2:11-13: ‘Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo’.
Supongamos que cuando un ser amado fallece, luego pueda comunicarse con sus familiares y amigos. Ya hemos dado un vistazo a una madre y esposa que llega al cielo, habiendo sido salva. Esto fue en nuestro boletín anterior. Ahora pensemos en un caballero y lo vamos a llamar... “Perdido”.
Se trata de un padre y esposo, respectivamente, quien, aunque más de una vez escuchó el evangelio, murió sin ser salvo. Desde el infierno logra comunicarse con su familia (¿vía electrónica?). Sabemos que no existe tal posibilidad, pero de existir, ¿qué escribiría “Perdido” a familiares y amigos que dejó en el mundo? Aquí va un correo imaginario:
7. «Nunca más confesaré derrota». “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Co. 2:14).
¿Sabía usted que el único que nunca sufrió derrota fue nuestro Señor? Es necesario jamás pecar, porque el pecado es derrota. Pablo admitió su problema de derrota en Romanos 7:19-21, 24: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí... ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”.